The Hooten Hallers - Boite Live 23/06/2015

Cortesía de Alegría García
Puff, que noche!! Qué suerte tuvimos los pocos valientes que después del jarreo que cayó en la capital, nos dimos cita en Boite Live. The Hooten Hallers venían con el cartel de banda de directo. Les precedía una fama de incendiar cada sala en la que tocan y sinceramente, es un apelativo que se les queda pequeño. Estos “pollos” del medio oeste americano, son una auténtica hoguera sobre el escenario (qué mejor símil en una noche de San Juan), convirtiendo en cenizas garito por el que pasan.

Interpretan música americana en una propuesta muy original y difícil de ver en una banda que no sea de aquellos lares. Rezuman sabor rural, salvajismo y una energía que te agota físicamente pero que a la vez te produce una sensación de felicidad difícil de explicar. ¡Por favor, bájenme de la nube en la que sigo flipando! La base musical es el más genuino blues, pero en su coctelera meten gotas de honky tonk, cucharadas de country, vientos rag time de Nueva Orleans y mucho soul. Decir que esta banda se deja el alma en cada canción es quedarse corto, la voz desgarrada tiene un soul diferente, rabioso, muy distinto del que estamos acostumbrados. Lejos de lamentos, es un soul salvaje, aguerrido, bestia y a la vez muy festivo y alegre, que te hace sentir como si estuvieras en un salón repleto de borrachos felices cantando himnos de hermandad.

Todo ello acompañado por una actitud punk que ya quisieran para sí muchos punkis de escaparte. Ver a Andy Rehm aporreando la batería, a John Randall vociferar y rasgar su slide guitar, y a Kellie Everett con ese pedazo de saxo barítono sobre las tablas, es como recibir un puñetazo en la cara en un ejercicio de transgresión que te invita al disfrute sin contemplaciones. El cachondo del batería, mientras se dejaba la piel en cada baqueteo, no dudó en quitarse los pantalones y quedarse en calzoncillos para combatir el calor reinante, pero con una naturalidad digna de estar en el salón de su casa.

En un set que duró una hora y media aproximadamente, nos metieron en el bolsillo desde el primer tema empezando por darlo todo desde el primer acorde. Recorrieron  principalmente su último trabajo “Chillicothe Fireball”, aunque tuvieron tiempo para tocar clásicos de su trabajo precedente, cerrando con el imprescindible “Leave me alone”, tonada que les califica perfectamente. Volverían para marcarse un último tema a capela y dejarnos con ganas de mucho más, sensación que queda cuando un concierto ha merecido más que la pena. ¡Volved pronto por favor!!!!

Como anécdota curiosa reseñar, el contraste palpable entre la joven banda, en la que sus miembros no llegaban a los treinta, y la edad del respetable que en ningún caso bajaba de la treintena… Who will save Rock’n Roll?


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