The Pretty Things en El Sol - Madrid

Cuando llegué a El Sol, me presenté ante Dick Taylor y le estreché la mano, sentí que la noche iba a ser para guardar en mi memoria toda la vida. Me transmitió tal bondad y humildad que no podía dar crédito a su pasado musical. Luego vino Phil May, y esa cercanía se intensificó además, con su sonrisa cómplice y socarrona. Estaba hablando, compartiendo mesa y disfrutando como un enano, en compañía de dos iconos del Rock y para mi sorpresa se comportaban como dos tipos que acaban de empezar, dando muestras de gratitud a cada instante.
 
Con un ambientazo estupendo saltaron a escena y comenzaron a desgranar temas de finales de los sesenta. Desde los primeros compases pudimos comprobar que todavía tienen mucho recorrido y que la noche iba a ser mágica. Aquello sonaba muy bien, y se palpaba que son una máquina muy bien engrasada. En su última formación se hacen acompañar por Frank Holland a la guitarra, miembro de la formación desde los noventa, y dos jovenzuelos que llevan la base rítmica del combo: George Woosey al bajo y Jack Greenwood a la batería ¡pedazo de bestías! Los cinco, a pesar de sus distintas edades, componen una formación antológica. A los mayores no les hace falta la energía de los más jóvenes porque la tienen y a raudales, y los menos curtidos denotan que han mamado de las mejores fuentes musicales, dando una lección ejemplar de técnica y actitud. 
 
Fueron cayendo temas de “S.F Sorrow”, de su último trabajo de 2015 “The Sweet Pretty Things (Are In Bed Now Of Course)”, incluso un pildorazo del proyecto paralelo con el que hicieron su incursión a finales de los sesenta en el mundo del cine, The Electric Banana. Echamos de menos alguna referencia más de “Parachute”, pero fue complementada con creces con las seis versiones que se marcaron del gran Bo Diddley. En este momento comenzaron las instantáneas para enmarcar: Dick Taylor, que sigue siendo un as a las seis cuerdas, se las tuvo en un intercambio de punteos y escalas con el bajista George Woosey, constatando que tiene un gran maestro a su lado; luego sacó la rítmica y el slide, y con Frank Holland a la armónica, Phil May pudo lucirse interpretando blues de vieja escuela; para cuando Jack Greenwood se marcó un solo de batería que nos dejó boquiabiertos, la sala era un hervidero y el ambiente estaba más que a su favor. 
 
Sólo tuvieron que dejarse llevar para que la locura nos alcanzara a todos. Los temas de su primera etapa, la más rhythm & blues y que degeneraría en el garage punk 60’s, fueron llegando para alimentar más el incendio. No dábamos crédito a lo que sucedía sobre las tablas, nada de postureo, actitud y garra como si se tratara de su primera actuación. Phil May descamisado, con el nudo de la corbata a mitad de pecho, liderando el kaos. ¡Que gozada! Y para despedirse “L.S.D”… 

No tardaron ni dos minutos en volver al escenario, el clamor era unánime. Y van y se marcan ese pedazo tema que es “Midnight To Six Man” ¡para que queríamos más! La locura se apoderó de la sala, pero todavía faltaba “Rosalyn”, esa joya rescatada de su primer single que sigue tan contemporánea como en 1964, y el rizo… se rizó. Así acabó la fiesta, caras de felicidad por doquier y alguno más sudado de la cuenta. Lo que todavía no entiendo es de donde pudieron sacar fuerzas para complacer a la parroquia y estar cerca de una hora haciéndose fotos y firmando discos. 

Si alguna vez pude soñar en cruzarme con mitos del Rock’n’Roll, seguramente fue así como me lo imaginé. Gratitud eterna a estos Gigantes por lo que nos han dado, nos dan y espero, nos sigan dando. Baterías todavía les quedan.
 
Dibujo cortesía de Alegría García Pérez

 

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