Gospelbeach + Salto
Madrid 9 junio 2018
Lugar: El Intruso. Asistencia: Entradas Agotadas. Hora: Champions
por regulación de la sala.
Hay ciertos días en Madrid, cuando comienza el verano, que
casi cualquier plan apetece, siempre que sea fuera de casa. Los disidentes del fútbol incluso tienen alternativa si se
equivocan quedándose sillonizados. Sales por el portal y te cruzas con gente en manga corta y
otros con chupa de cuero, todo vale. Entras en el Metro y se respira la esperanza del fin de
semana: hoy puede ser memorable. Las calles del centro atestadas de guiris alegres,
despedidas de solter@s, clientes y paseantes, gentes de camino a alguna parte,
pocos sitios en las terrazas y muchas birras en las mesas. Esto pinta bien.
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GospelbeacH con Germán Salto cerrando la velada |
A las mismas puertas de El Intruso, recién acabada la prueba
de sonido, la banda se acomoda en la ultima mesa libre. Mientras se relajan y
refrescan se acaban de convertir en parte del paisaje, como el granito de los
edificios.
Hasta esperar es un placer terraceando con los colegas. Unos
vienen después de la oficina, y los nuestros de hacerse un buen tour por media
Europa, en plena vuelta a España para acabar en Escandinavia la próxima semana.
Las caras, los gestos, las conversaciones de amigos los delatan, hacen lo que
les gusta y lo están disfrutando.
Solo había que esperar un rato. Esperar que unos chavales de Madrid, que les van a telonear
hagan su prueba, se llene la sala y Salto hagan lo suyo. Ponnos otra ronda, por favor.
Con casi todos dentro y en hora, Salto empiezan a
dejar claro que la espera merecía la pena, su música y sus versiones con calor
americano nos colocan en el punto preciso. Disfrutaron y nos hicieron disfrutar
de su rock and roll, con sus interpretaciones, la elección de las canciones y
su buen gusto. Hasta el punto de desear que aquello no acabara tan
pronto. Pero…
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Salto en acción!! |
…como si despegaran una pegatina de la pared o a un pirata
del caribe de un arrecife, cinco tipos con pinta de americanos, delgados y con
ojeras, dos de ellos con sombrero y botas de vaquero, algunas melenas lacias
roqueras, se levantan de una mesa con vasos vacíos de cerveza. De tranqui.
Cuatro de ellos cruzan la calle, saludan a algún fan fumador
que apura el descanso entre bandas y se dirigen al escenario. El quinto es el jefe, el más alto, el más rubio, el más
vaquero, su sombrero entra en un establecimiento para zanjar una cuestión de
dinero. Apoquinar la cuenta, vamos. Dan ganas que aquello fuera un saloon de
puertas abatibles. Esto empieza pero que ya.
Los asistentes no se iban a llevar ninguna sorpresa, y no
nos la llevamos. Sabíamos qué íbamos a ver y por eso todo el mundo se
arremolina desde el primer momento junto al escenario, la sala es cómoda y no
está atestada, así que cada cual elige su sitio, por orden de llegada, eso sí.
Sólo quedaba por saber qué tal sonaría. Y no creo que nadie
pudiera quejarse. A contracorriente de la moda general, que produce exceso de
ruido y poca claridad, no se intentó poner a prueba los decibelios que puede
soportar un aficionado a los conciertos. El propio bajista, al finalizar el
show y ser cuestionado, también estaba contento con el sonido de la banda.
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Cortesía de Cayetana Álvarez |
Ya quedaban pocas incógnitas. Con dos discos publicados: Pacific Surf Line del 2015
y el que venían a presentar Another Summer of Love de 2017, las opciones
eran cortas. Si además son dos discazos, las probabilidades de equivocarse
resultaban escasas. Hora y media después habíamos salido de dudas. Todos los
que estuvimos lo teníamos claro, habíamos asistido a un conciertazo, exquisito
de repertorio:
SET LIST
Miller Lite
Hanging on
Out of my mind (on Cope and Reed)
Strange days
Kathleen
In the desert
California Fantasy
You´re already home
The city limits
California Steamer
Mick Jones
Encore was come down
Una banda acoplada y en forma, haciendo rock and roll hasta
que les dicen que no pueden tocar más, unos músicos sacando virtudes de cada
canción, de cada instrumento, de los escasos solos, cortos y brillantes para
guitarra y ese órgano con olor a puerta de percepción. Lo entendimos, a la
primera, a pasarlo bien. Casi todas las canciones recibían aplausos sinceros
espontáneamente desde el comienzo, y la sintonía entre escenario y audiencia
iba en aumento.

Pero solucionada la falta de respeto y de silencio con la
interrupción de la versión, todo fluyó entre canciones de puro rock americano,
magistralmente interpretadas, algunas con elegancia otras con virtuosismo,
otras hechas himnos y todas ambientando de paisaje musical sureño el centro de
Madrid una noche de verano cualquiera. Algunos empezaban a pedir shots de
bourbon o tequila. Todos coreaban las letras. A veces parecía que habíamos
vuelto a los mejores tiempos de los 70 para este estilo de rock de banda.
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Cortesía de Cayetana Álvarez |
Cada uno tiene sus héroes y sus músicos favoritos, por eso
te vienen a la cabeza tantas legendarias bandas cuando escuchas a Gospelbeach.
Seguro que sorprende que no parezcan apolillados sino frescos para ir soltando
temazos sin apenas esfuerzo y subiendo de intensidad a lo largo del concierto.
Solo pausaron en una canción y acabaron por todo lo alto, entre la algarabía de
la audiencia, que había entrado en comunión con un tipo con sombrero de vaquero
que tocaba dixie y polka, country y Petty, 60´s y 70´s, blues y bayou.
Final apoteósico jaleado y aplaudido con agradecimiento y
devoción de los nuevos. Apenados porque se hizo corto pero contentos porque
dicen que volverán pronto. Ojalá.
Nadie se fue arrepentido por tener otros planes, tal vez
muchos por no poder repetir de inmediato.
Cortar un rabo en Las Ventas es un hecho excepcional, como
ver a un grupo en su mejor momento de inspiración y además en las mejores
circunstancias: con buen sonido, en distancias cortas.
Un día de verano tormentoso en Madrid sucedió.
Joe Wild
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